Fuente: ACEPRENSA
“Hay indicios emergentes del daño potencial” que conllevan los tratamientos con bloqueadores de la pubertad a menores con disforia de género. Así lo han constatado Megan Twohey y Christina Jewett, periodistas de investigación del New York Times, tras examinar siete estudios realizados en el Reino Unido, Canadá y Países Bajos a unos 500 adolescentes transgénero entre 1998 y 2021.
Uno de los problemas de estos fármacos es el relacionado con las deficiencias en el desarrollo óseo. “Durante los años de la adolescencia –señalan–, la densidad ósea suele aumentar entre un 8 y un 12 por ciento al año. (…). Los investigadores observaron que mientras tomaban bloqueadores, los adolescentes no ganaron densidad ósea en promedio, y perdieron mucho terreno en comparación con sus iguales”.
Según pudieron observar Twohey y Jewett, que además entrevistaron a varios doctores, pacientes y padres, “muchos médicos que tratan a pacientes trans creen que se recuperarán de esa pérdida [de masa ósea] cuando dejen de usar bloqueadores. Pero dos estudios del análisis que rastrearon la fortaleza ósea de los pacientes trans mientras los usaban y durante los primeros años del tratamiento con hormonas del sexo contrario, encontraron que muchos no se recuperan por completo y se quedan atrás con respecto a sus pares”.
Las periodistas constataron igualmente que en EE.UU., donde la administración Biden ha declarado que la medicina transgénero es “un derecho civil”, no hay unos estándares de actuación para determinar los perjuicios de los bloqueadores en el sistema esquelético. “Si bien la Endocrine Society recomienda exploraciones óseas de referencia, y luego repetir los exámenes cada uno o dos años (…), la WPATH (Asociación Mundial de Profesionales de la Salud Transgénero) y la Academia Estadounidense de Pediatría brindan poca orientación sobre si hacerlo. (…) Debido a que la mayor parte del tratamiento se brinda fuera de los estudios de investigación, hay poca documentación pública de los resultados”.
Las reporteras subrayan que, a la vista de los daños constatados en población menor de edad, varios países han suspendido o modificado sus protocolos: en octubre, el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido restringió el uso de los bloqueadores en jóvenes con disforia solo a entornos de investigación, mientras que Suecia y Finlandia han limitado también los tratamientos y puesto mayor énfasis en la exploración psiquiátrica de los menores que solicitan ser sometidos a una “reasignación de sexo”, antes de proceder con ninguna terapia farmacológica o quirúrgica.
En EE.UU., entretanto, muchos médicos siguen recetando los bloqueadores, en algunos casos a edades tan tempranas como los ocho años, y las hormonas de sexo opuesto a los 12 o los 13. Todo, mientras se espera que una investigación encomendada por los Institutos Nacionales de Salud a cuatro clínicas de género estadounidenses en 2015 contribuya a reducir la incertidumbre. “Todavía tienen que informar los resultados clave de su trabajo, pero dicen que los hallazgos llegarán pronto”.
Los daños que se verifican en el sistema óseo no serían, sin embargo, los únicos. Habría un perjuicio directo al sistema nervioso, según los estudios consultados por el equipo del Times. “A algunos médicos e investigadores les preocupa que los bloqueadores de la pubertad puedan interrumpir de alguna manera un período de crecimiento mental”, pues “se ha demostrado que las hormonas sexuales afectan las habilidades sociales y de resolución de problemas”.
Twohey y Jewett refieren que ya en un artículo publicado en 2020 por 31 psicólogos, neurocientíficos y endocrinólogos de varios países pidieron que se investigara más a fondo el efecto de los bloqueadores de la pubertad en el cerebro. Una de las autoras, la Dra. Sheri Berenbaum, de Pensilvania, donde dirige un laboratorio de investigación de género, se preguntó: “Si el cerebro espera recibir esas hormonas en un momento determinado y no lo hace, ¿qué sucede? No lo sabemos”.
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